La ciudad ubicada a solo dos horas de París, donde nació Gerard Depardieu y que tuvo la base militar norteamericana más grande de Europa tras la Segunda Guerra Mundial, aparece como un atractivo destino para quienes desean darse un respiro de la capital francesa.
Por Salvador Carmona Schönffeldt
Cuando uno se asoma por la estación de trenes y se encuentra en Châteauroux, basta con pestañear e imaginar postales en blanco y negro de la posguerra, bajo la melódica voz de Edith Piaf.
Tras la Segunda Guerra Mundial, la ciudad ubicada a un par de horas de París y que entonces tenía unos 30 mil habitantes, cambió su ritmo ya que fue “invadida” por los estadounidenses que establecieron ahí la base militar más grande de Europa y que se mantuvo entre 1951 y 1967.
Allí también levantaron sus viviendas “gringas” en el cercano barrio de Brassioux, donde recibieron a unos 10 mil norteamericanos, sus familiares e incontables visitas del otro lado del océano.
Tras la partida de los soldados algo se apagó. Y tal vez por eso, afuera del terminal y por sus viejas callejuelas se aprecian vestigios de un pasado turístico, con señaléticas de hoteles que están a la espera de viajeras y viajeros que no llegan.
Por décadas, muchos de sus jóvenes decidieron emprender el vuelo en busca de ciudades más activas para desarrollarse. Quizás, así lo pensó un joven Gérard Depardieu, que vivió en la Rue Due Marechal Joffre 39 de Châteauroux y que emigró a Paris para convertirse en la controvertida estrella del cine francés y mundial, que renegó de su nacionalidad por no querer pagar impuestos, según critican desde Francia.
La ciudad se ilumina
Actualmente Châteauroux acoge a unos 60 mil habitantes, que cuentan con más de 50 metros cuadrados de áreas verdes por persona y que se revelan en el extenso Parque Vallée Verte (la valle d’Ebbes) ubicado al lado del casco histórico.
El origen de la ciudad se remonta al año 917 cuando Raúl El Grande decide levantar ahí su castillo: El Castillo Raúl o Château Raoul, que daría paso a Châteauroux. Con ello, su centro histórico alberga construcciones patrimoniales, como la Porte San Martín o de la Vieille Prison, su propia Notre Dame y angostas calles donde se siente la historia.
Ese caminar puede interrumpirse en cualquier local que mira la Place Monestier, para hidratarse con una cerveza belga o la clásica 1664, al compás de un inentendible murmullo de quienes disfrutan la tarde primaveral en la ciudad ubicada en el centro de Francia y que apuesta por la revitalización de su patrimonio.
El sábado es imperdible visitar el mercado que se instala en la Place de la Republique donde los vecinos y vecinas se encuentran para comprar frutas, verduras, plantas, flores, productos del mar, fiambres o platos preparados, pero donde destacan esas vitrinas llenas de quesos de diversas regiones de Francia y donde brilla el queso de cabra en forma de pirámide. Estos llaman a probarlos, comprarlos y luego acompañarlos con un pan baguette y vino tinto.
La vida bohemia y artística de a poco va apareciendo. Mientras, diversos bares y restaurantes de comida internacional despiertan el apetito de los amantes de la noche, las disciplinas artísticas se ven representadas en espacios como el Equinoxxe o Maison des Loisirs et de la Culture.
Justamente, en este último nos encontramos con la obra de danza Ensemble, quoi qu'il en coûte (Juntos, cueste lo que cueste) de Louise Cazy, que nos remece con el tema de la migración y nos acelera los latidos en el corazón de Francia o en la ciudad que se va iluminando con los sabores, aromas, colores y sonidos del mundo, invitando a estrecharse la mano y darse un par de besos en ambas mejillas: Bienvenidos a Châteauroux.
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